sábado, 20 de agosto de 2016

Adicta


Aún intento descubrir si te odio por cambiarme la vida, o si te amo por la misma razón. Eres el motivo por el que lo dejé todo, por el que decidí abandonar mi anterior vida, la que tenía sentido. Tú eres el motivo por el que ahora me siento tan perdida.
Cuando te veo ahí, tumbado, con solo tus bóxers, entre las sábanas negras, sé que te amo, que aunque vinieras y me desmontaras por dentro, eres el amor de mi vida.
Pero cuando me veo a mí misma, con las ojeras, mi delgadez extrema, en ese espejo destartalado que rompiste de un puñetazo, me encuentro perdida, insignificante, sucia. Todo por tu culpa, por tus adicciones, por tu maldita obsesión de tenerme a mi lado, de pasarte las noches despierto, consumiendo, consumiéndome.
Me encuentro insignificante a tu lado. Me haces sentir sucia y sobre todo perdida.
Me siento vacía. Y quiero huir de tu lado, pero no puedo, porque a pesar de todo, tú eres mi única y real adicción.
El tabaco, el alcohol, las otras drogas que consumo no me tienen tan atada, como me tienes tú. Soy adicta a ti y no sé como rehabilitarme. Y por eso te odio, por cambiarme.


Me siento una adicta, a punto de sufrir una sobredosis. Eres mi droga, y eso me está matando por dentro. No lo sabes, pero quiero irme.
Irme de tu lado, dejarte ahí, en la cama, dejarte en la habitación desordenada llena de botellas de cervezas vacías, de cajetillas de tabaco a medio empezar, de ropa rota. Quiero irme de toda la vida de excesos, de drogas, de alcohol, de violencia y de sexo, que solo me traes.
Irme, desintoxicarme de todas esas drogas y de ti. Olvidar tu perfume, tus ojos verdes esmeralda, tu cabello revuelto, tu delgadez que tanto me gustaba, olvidar tus ataques de ira, tus llantos. Olvidarte. Desintoxicarme. Volver a mi antigua vida antes de que tú aparecieras, antes del alcohol, antes del tabaco, antes de las drogas. Antes de considerar correcto pasarme las noches fumando, haciendo el amor y bebiendo hasta perder el sentido.
Quiero volver a ser yo. La que escribía, la que disfrutaba cada día soleado, la que no tenía más vicios que comer helado de chocolate a las 5 de la mañana un día lluvioso, en los que no podía dormir.
Luego apareciste, con tus aires de chico malo, sacado de una película de los años 60, con tu chaqueta de cuero, tu moto, eras el típico cliché de chico rebelde. Y como los clichés me enamoré de ti. De tu rebeldía, de tus piropos, me perdí en tus ojos y no regresé jamás.
Y ahí sigues, durmiendo, mientras preparo mis maletas, mientras me fumo un cigarillo y sopeso el quedarme contigo, el seguir enganchada a toda esa vida tóxica en la que me has arrastrado desde que decidí dejarlo todo e irme contigo. Porque te hubiera acompañado hasta el fin del mundo, si hubiese hecho falta.
Pero he decidido irme. Porque estoy perdida y te tengo miedo. Miedo a que en uno de tus ataques de ira acabes pagándolo conmigo, que te mueras entre mis brazos, el día en el que tu cuerpo no soporte más excesos. Tengo miedo a engancharme cada vez más a ti y sufrir la peor perdida, de la que no me recupere. No quiero morirme por ti. No quiero más días de resaca, más noches de sexo, de drogas. No quiero fumar más, ni beber hasta perder el sentido.
No quiero perder otro bebé por pasarme toda la noche drogándome. No quiero sentirme más sucia.
Quiero ser yo. Quiero encontrarme. No sentir vacío, no sentir silencio. No quiero sentirme dependiente de nada, ni de nadie.
Quiero ser independiente, viajar, ver otra vez a Nueva York y perderme en sus calles, como hicimos cuando nos conocimos. Quiero escribir, leer, trabajar de lo que más me gusta, el periodismo. Quiero vivir sin excesos. Sin ti.
Y aún me planteo si te odio por cambiarme la vida, o si te amo por el mismo motivo. Sé que debo odiarte, porque al cambiarme de la manera que lo has hecho, me has convertido en la persona que más odiaba cuando era libre, una dependiente, una adicta.
Pero mi adicción me dice lo contrario, grita que te ama, que si me voy me perderé entre las oscuras calles de Los Ángeles, y no me volveré a encontrar nunca, pero quiero callar la voz de la adicta que vive en mí.
Quiero coger un avión e irme todo lo lejos de ti posible. Todo lo lejos de esa vida que ahora veo como una espiral de destrucción. Una destrucción que me estaba consumiendo, pero que sobre todo te consume a ti.
Y ahí sigues sin moverte en la cama. Casi inerte, casi muerto. Y cruzo la puerta y me voy. Me alejo de todo lo que me ha hecho daño, de todo lo que me ha hecho sentir insignificante, sucia, perdida y vacía.
Me alejo de una vida que solo me trajo desgracia, penumbra, odio, violencia, sexo y adicciones. Una vida que me estaba atando a la muerte, sin saberlo. Una vida que a mis veinticuatro años no debería vivir. Una vida que solo dejaría un cadáver joven y bonito, pero que no me hubiera dado más.
Me alejo de ti, de tu espíritu, de tu cuerpo, de tu ira, de tu perfume, de tus ojos y de tus besos.
Me alejo consciente de que nunca volveré a esa casa, de que la próxima vez que sepa de ti no serán noticias buenas, de que no te quiero visitar en un hospital y verte moribundo, aunque sé que ese es tu destino. No quiero ser una viuda de veinticuatro años.
Por eso me voy, por eso te escribo esto.
Me desintoxico de todo, del alcohol, del tabaco, de las drogas e incluso del sexo. Me desintoxico de ti.
Porque soy una adicta más, porque me doy asco y me doy miedo. Porque quiero ser libre.
Viajar.
Leer.
Escribir.
Vivir.
Sin ti.

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