lunes, 23 de enero de 2017

Las pequeñas cosas

Una mañana más, otra. Pone el pie izquierdo en el suelo y maldice entre dientes porque cree que el día ya empezará mal.

Se mira en el espejo, el reflejo que proporciona es el de una chica pálida, de cabellos castaños, ojos café surcados de ojeras y una delgadez que es producto de sus mismos demonios.

Ha olvidado sonreír, aunque tiene una preciosa sonrisa lleva tiempo que no la muestra, porque no encuentra motivos o como me gusta decirle porque encuentra demasiadas excusas para autocompadecerse, aunque la autocompasión la mata más que todos los cigarrillos que fuma.

Hoy me viene a ver, ataviada en un abrigo y unas botas rojas llama a mi puerta con la máscara de ojos difuminada, como viene a ser de costumbre desde que él se marchara y sus demonios ganaran la batalla.
Hoy vuelve a llorar sobre mi hombro y yo, si os soy sincera, la echaba de menos, hacía semanas que no contestaba a mis llamadas y temía lo peor.

Ella es mi persona, nos conocimos estudiando periodismo, profesión que ha dejado de lado desde su crisis.

La tengo aquí. Me mira e intenta balbucear que siente la situación que ya no puede más que todo se va al traste.

Hoy he decidido que la voy a llevar a mi lugar favorito de toda la ciudad. Quiero que levante la mirada, deje de llorar y se deje transportar por la belleza de las pequeñas cosas.

Y aquí estamos, en el pequeño mirador cubierto de árboles desde donde podemos ver la belleza de la gran ciudad donde vivimos.

Cae el sol. Los colores rojo y naranja pintan el cielo y ella observa, atentamente, como el atardecer embellece la ciudad.

Y después de mucho tiempo, por vez primera la veo sonreír y no sabéis lo feliz que me hace esa sonrisa sincera que ha provocado este atardecer.

Porque lo bello que tiene esta vida son los pequeños momentos. Esa sonrisa y ese atardecer.

Pararía el tiempo por quedarme ahí. Con ella. Como siempre. Juntas.

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